China: tan lejos del paraíso como del infierno

Si bien la creencia popular reza que los trabajadores chinos soportan condiciones laborales cuasi esclavizantes por un pago mínimo, un salario urbano ronda hoy los u$s 800, mientras que los precios de los alimentos son marcadamente inferiores a los argentinos.

Un egresado de Filosofía o Letras dispuesto a enseñar español en la Universidad de Nanjing, antigua capital imperial de China, podría hacerse de una remuneración mensual en mano de 5000 yuanes (unos $ 12.000), contar con la comida y el alojamiento, siempre caro en los centros urbanos chinos.

En esa importante casa de estudios de una ciudad de nueve millones de habitantes están buscando un profesor/a sudamericano, con dedicación simple, para heterogeneizar su staff poblado de españoles. Y la oferta no parece desechable.

Con esa remuneración -similar a la de un obrero industrial- y los gastos básicos cubiertos, el docente tendrá resto, por ejemplo, para nutrir su guardarropas con algunas de las afamadas marcas internacionales de indumentaria que se ofrecen por allá. Un país enorme, pujante y aún fragmentado sobre el que existen muchos mitos.

Todos los años 1,5 millón de ciudadanos chinos superan el millón de dólares en su cuenta bancaria, según datos de la Fundación Diálogos Estratégicos. El dato es apenas uno de los indicios de la prosperidad de una nación que no deja de rescatar almas de la pobreza con formas que asombran y hasta resultan temerarias para la visión de Occidente.

Esa bonanza tiene otras pruebas palpables y ajenas a las estadísticas. El moderno ícono como la Perla de Oriente de Shanghai, el confortable servicio del único tren magnético del mundo que une el aeropuerto de esa ciudad con el centro. O los ostentosos y llamativos edificios circulares de Beijing, por citar algunos.

Ni hablar de las marcas occidentales de indumentaria lujosa, que dan a las calles comerciales de cualquier populosa ciudad del país asiático una fisonomía propia de los "no lugares". De pronto -y salvo por la luminaria con los ideogramas específicos- gana la idea de que se puede estar en París o Nueva York, aunque se camine por Beijing o Xian.

Menos nítida resulta la razón del rápido enriquecimiento de un país que alberga a más de 1400 millones de personas. ¿Es su estratégica planificación, férrea y minuciosa, o la apertura capitalista que permite coexistir a grandes empresas públicas con la iniciativa privada? Posiblemente, un mix de ambos.

Salarios chinos

Salvo en el interior oeste y rural, donde la condición de país subdesarrollado se hace más patente, en cualquiera de las urbes chinas no hay nada que haga suponer que la potencia emergente del 2016 tiene algo que ver con las postales de hombres en bicicletas con sombreros cónicos.
Tampoco de que los trabajadores chinos regalan su fuerza de trabajo, seducidos por un proyecto político que los congrega voluntariamente o sometidos por un régimen totalitario.

Es cierto que la organización laboral es dura en términos relativos, lo que puede implicar jornadas extendidas y dormitorios colectivos para jornaleros que llegan a sus puestos desde otros lugares.
Pero no es tan claro que la norma sean condiciones de empleo presuntamente esclavizantes, tal como acusan los industriales argentinos, renuentes a competir con la producción de aquel país al que acusan de practicar dumping social.

Hoy un sueldo promedio del trabajador urbano es de aproximadamente u$s 800. Los salarios de los empleados con calificación media oscilan entre los 3500 y 5000 yuanes, según se localicen en el interior o en la capital. Lejos de la riqueza nórdica o germana, pero también del piso que se imagina desde el prejuicio (aunque resulta incontrastable que, en su adaptación capitalista, el desempleo chino subió de 3,9% al 10,9 en los 15 años que se inauguró a mediados de los 90).

Una forma de medirla es atender al valor de bienes básicos como la comida, bastante más barata que en la Argentina, al igual que la indumentaria. Entre 3 y 6 yuanes, el transporte urbano tiene un costo similar o ligeramente superior (el tipo de cambio es de 2,3), pero la propiedad en las grandes ciudades es inaccesible.

Un departamento en la codiciada Beijing oscila entre u$s 5400 y 15.000 el metro cuadrado. La banca estatal facilita créditos a largo plazo con tasa subsidiada, pero no siempre ese esfuerzo resulta suficiente. Con un aditamento: la propiedad de los terrenos es del Estado y a los 70 años se agota el derecho de uso.

Como ese período, impuesto por una norma maoísta, aún no se completó, ni empresas ni particulares saben a ciencia cierta qué pasará con su derecho propietario.

Prejuicios y perjuicios

El nuevo presidente de los Estados Unidos, el republicano Donald Trump, advirtió durante la campaña que impondría un arancel del 45% a los productos importados desde China, acusando implícitamente al país asiático de ser responsable de la desocupación de trabajadores industriales, que perdieron sus puestos por la competencia foránea y por la tecnologización.
Hillary Clinton tampoco tuvo una posición muy amigable respecto a los lazos comerciales transpacíficos.

Se trata de un debate abierto acerca de hasta qué punto los productos asiáticos ocasionan ese daño en la economía líder del mundo, que prontamente perderá su status a favor de la nación gobernada por Xi Jiping.

Desde que ingresó a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, las importaciones que realizó China desde el resto del mundo se duplicaron.

Según el Commerce Departments Bureau of Economic Analysis las compras desde los Estados Unidos subieron en los siete primeros años de u$s 19.000 millones a casi 68.000. En otros términos, más que se triplicaron, a pesar de lo cual el comercio bilateral es deficitario en u$s 335 millones.

En ese mismo tiempo, según el Banco Mundial, los EE.UU. no modificó en nada los impuestos con los que protege a su industria de la competencia china. Mientras que el arancel promedio con el que la nación asiática grava a sus importaciones se redujo de 14,6% al 3,2% en 2014. Quién podría negar que para pertenecer a la OMC hizo un esfuerzo de apertura importante.

En otras palabras, es cierto que su producción asiática resulta competitiva y gana mercados. Pero es igualmente real que, por estrategia o necesidad, abrió el propio y el riesgo de invasión es también una oportunidad de conquista para productores del planeta.

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