El yuyito que desarticula el relato oficial sobre la Era del Hielo

Por Juan Cerruti, editor de Economía 

Cuando un economista quiere describir qué bienes o servicios están relacionados o no con el resto del mundo utiliza una sencilla clasificación. Para aquellos cuyo precio se determina internacionalmente, porque se comercializan en los mercados mundiales, apela al término de bien o servicio transable. Los ejemplos típicos son los commodities: oro, plata, petróleo, soja, trigo, etc.

Del otro lado, tenemos a los no transables. Es decir, bienes o servicios que por varias razones (costos de transacción, de transporte, etc) no se comercian (o transan) internacionalmente. Y por lo tanto no son influenciados por cuestiones internacionales.

Ahora bien, le propongo un juego. Adivine: ¿qué sector lideró la marcada desaceleración de la economía argentina en los últimos 12 meses? La construcción. Segunda prueba: ¿cuál es el ejemplo típico de un servicio no transable que aparece en las primeras páginas de cualquier libro de texto sobre el tema? Bingo, acertó de nuevo: la construcción. Este sencillo ejemplo colisiona con el argumento oficial de que la Era del Hielo que parece haberse instalado en la economía argentina obedece a que el mundo se nos cayó encima, razonamiento esgrimido en las últimas semanas por buena parte del elenco gubernamental.

Las crisis vienen de afuera. Pero las expansiones, de adentro. Palabras más, palabras menos, este es el relato oficial sobre los ciclos económicos de la Argentina en los últimos nueve años. El argumento se contradice con la lógica de otra bandera levantada por el kirchnerismo: si el denostado viento de cola no tuvo influencia alguna en la expansión de los últimos años, tampoco debería tenerlo el supuesto viento de frente que nos afecta ahora.

Como siempre, la verdad suele estar ubicada en algún punto intermedio, difícil de individualizar. Desconocer los aciertos del Gobierno desde 2003 a la fecha, y su rol clave en el vertiginoso crecimiento de la economía, sería tan necio como ignorar el favorable contexto externo.

La Presidenta hizo popular la frase de que el mundo se nos cayó encima. Pero establecer una relación de causalidad entre los graves problemas económicos por los que atraviesan los países desarrollados y la marcada desaceleración de la economía local, sin mayores explicaciones es, al menos osado.

El mundo se cae

Es cierto: el mundo se cae. Pero no necesariamente el mundo que nos afecta a nosotros. Ese mundo que hoy tiene influencia sobre la economía argentina se puede resumir en tres variables: precio internacional de la soja, nivel de actividad en Brasil y tasas de interés internacionales. Sólo indirectamente (y con impacto menor) nos afecta lo que pase a mediano plazo con la actividad en EE.UU. o la Eurozona y que ocupa la mayor parte de las alocuciones de Cristina sobre la situación internacional.

De los tres factores relevantes para la economía argentina dos continúan siendo ampliamente favorables para el país: la soja y las tasas internacionales. La oleaginosa inclusive está casi 29% arriba del valor que tenía a principios de año y en su mayor valor en 4 años. Y las tasas internacionales siguen en mínimos históricos. Sólo Brasil se ha convertido en un motivo de preocupación, dada su desaceleración. Pero acotada: se estima que este año crecerá 2,5% en lugar de 3,5%.

Indec delator

Los propios números publicados por el Indec reniegan de la versión oficial sobre una desaceleración local producto de factores externos. Entre el primer trimestre del año pasado y el mismo periodo del actual, la economía argentina (en la versión Indec) desaceleró su ritmo de crecimiento a casi la mitad (pasó de 9,9% interanual a 5,2%). El componente del PBI que explica la mayor parte de la desaceleración es la inversión, que encabeza las caídas con una desaceleración de 16,7 puntos porcentuales en 12 meses (pasó de crecer al 19,5% interanual en el primer trimestre de 2011 a 2,8% en el mismo período de este año).

Al desagregar la inversión, se observa que uno de los componentes que más cayó fue la construcción. Como dijimos, se trata de un sector que es el prototipo de lo que en economía se considera un bien (o servicio) no transable. Es decir, que no se comercia internacionalmente, y por lo tanto está relativamente aislado de los vaivenes económicos mundiales. Nadie decide contratar a una constructora sueca para levantar un emprendimiento en Puerto Madero, porque sencillamente los costos de logística y demás harían inviable el proyecto.

El otro factor que influyó en el deterioro de la inversión fue la importación de bienes de capital: pasó de crecer al 38,9% en el primer trimestre del año pasado a caer 3,9% en el periodo enero-marzo de 2012, producto de dos medidas que tomó el Gobierno en los últimos ocho meses y posiblemente terminaron de configurar la desaceleración (¿recesión?): las trabas a las importaciones y a la compra de dólares. Mientras la primera influyó sobre la inversión, la segunda lo hizo sobre las expectativas y por lo tanto sobre las decisiones de consumo e inversión de familias y empresas.

No parece haber en todo este laberinto un componente externo relevante para explicar el frenazo de la economía argentina. El arquetipo de una crisis que llegó de afuera fue la recesión de 2009 (no reconocida por el Indec) que sufrió la Argentina.

En rigor, dos movimientos operaron en los últimos 12 meses para terminar de configurar el enfriamiento de la economía. El primero, una desaceleración natural o estructural, producto de una economía que creció a tasas aceleradas y desde mediados del año pasado comenzó a converger a tasas más bajas, como consecuencia de un agotamiento del lado de la oferta. Ya no hay recursos ociosos abundantes en el mercado laboral, ni en el stock de capital. Pero a este movimiento, se le superpuso luego la desaceleración autogenerada (autóctona), emanada de las citadas medidas (sobre la importación y la compra de divisas) con el único objetivo de cuidar el stock de dólares en la economía, amenazados por el deterioro del tipo de cambio real a raíz de un fenómeno que el Gobierno insiste en desconocer: la inflación.

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